viernes, 18 de noviembre de 2022

"Soco" Diaz, Músico de la tierra

 Por Atahualpa Yupanqui



Santiago del Estero es una provincia elegida por los viejos Dioses de la armonía. Es un pago milagrero y deslumbrante.

Como tiene poca agua, y las industrias eligieron otras comarcas, le tocó a Santiago la calificación de "provincia pobre".

Pero la compensación está en los hijos de esa tierra. En los hijos con "autenticidad" santiagueña. Es decir, en los que tienen abuelos enterrados en la tierra bien-amada. Porque esos "hijos" mantienen en sus venas el rumor de la leyenda, la "sacha historia" narrada por las viejas pitadoras, en esas horas en que los changos luchan con el sueño, mientras las hachas derribadoras del monte brillan reflejando un pedacito de luna y los diferentes ruidos del campo no son sino rumores musicalizados por un aire livianito; y el yanácari, "atajacaminos" comienza a atravesar su brevísimo ponchazo sobre las huellas, y el cacuy, en el fondo del algarrobal, pareciera señalar al entendido, la senda que lleva hasta la temida y anhela- da Salamanca de la selva.

No es extraño, entonces, que Santiago del Estero sea tierra de músicos. Tierra de trovadores, de rapsodas, de juglares.

Los hubo en todo tiempo, y muy famosos. Can- tores con mentas de "supayoj", es decir, de "endiablados", como el Chumpi Galarza, que caminando desde el sur de Suncho-Corral, entró en campo santafecino -y, dándose cuenta que había "vandeao" su provincia natal, volvió, y rompiendo la guitarra, se perdió en el monte, y nada se supo de él desde entonces.

Tierra de músicos, de los Nachi Gómez, de los Costas, de los Laurindos. Chazarretas, Aguirres, Guilli González, Acosta, Corvalanes, Díaz, Gallardos y Palavecinos.

Esta noche, quiero conversar, entre rasguido y rasguido de Benicio Díaz, nacido en Salavina, buscó la capital santiqueña para sus estudios secundarios. Estoy seguro que se habrá sorprendido al comprobar que en la ciudad no se enseñaba en quíchua, lengua que él hablaba corrientemente.

Soco Díaz estudió música. Tocaba guitarra y bandoneón. Es decir: Estudió solfeo y teoría. Miró sobre el pentagrama los signos que concretaban en cierto modo ese misterioso mundo que le bullía en el corazón desde niño. Porque la música alentaba dentro de él como una necesidad natural de respirar, de mirar, de sentirlo al desierto, a las salinas, a los jumiales, a las represas, de ver su paisaje con amor de "shalaco", y de expresarlo en música, con una chacarera, con un escondido, con una zamba, o una vidala de esas que se dicen a la hora en que todas las palabras se con- vierten en una íntima confidencia.

Soco Díaz era mozo inteligente y bastante versado en muchas cosas. Lo he tratado durante años, y nos dábamos el trato de hermano. Era ingenioso; y alguna vez, por ahí, en cualquier lugar del campo santiagueño, que recorrimos juntos tanto tiempo, hacíame escuchar un aire de chacarera bien quichuista, y luego, para pedirme que la repitiera yo en guitarra, me decía: "Traducíla". ... Y, en verdad, había que traducirla, del quichua al español, musicalmente hablando.

Otra vez, un director de banda le pidió una música, y leyéndola rápidamente, quiso saber el tiempo de una frase; y le preguntó a Díaz: "Dígame, Díaz, ¿esto va en tiempo "vivo" o "moderato”?". Y el Soco le respondió: "Vea: como si quisiera disparar... Pero después de haber almorzao, sabe?... Le encantaban las ocurrencias. Pero en materia de música, de composición, ya no había bromas. Era serio, y, muchas veces, in- tolerante, exigente. El pensaba que variar una frase de una vidala de Salavina era como arrancar un algarrobo secular para plantar una dalia o cosa así, en su lugar.

Su música era perfectamente bailable. Si lo sabrán los paisanos de allá.  Pero era gratísimo escucharla en silencio, por la noche, cuando el airecito hamacaba los aromas del jume y el poleo, y el patio parecía combo bajo la luz de una vela de largo pabilo, escondida entre las macetas, "pa que dure"...

Alguna otra vuelta seguiremos conversando sobre este Benicio Díaz, entrañablemente santiagueño, y con un universo en su emoción de músico de la tierra. Por ahora, dejemos que avance el recuerdo de sus melodías, que nos compensan de horas ingratas, de muchos sinsabores sin belleza. Sus melodías apuntalan el alma criolla y nos hacen sentirnos más argentinos: argentinos con ganas...

Publicada originalmente en Revista Folklore el 1/04/1962


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