viernes, 18 de noviembre de 2022

Santiago del Estero: Corazón folklórico nos da hombres como “Cachilo” Díaz

 


Visitando en Santiago del Estero, en una cálida tarde de invierno, a un amigo poetas, la conversación recayó, naturalmente, en lo folklórico. ¿Qué pasa en Santiago con el folklore? ¿Gustan los santiagueños del cancionero de Leo Dan más que el de Chazarreta? Nos propusimos averiguarlo y comenzamos a requerir datos y direcciones de los más renombrados músicos del lugar. Sólo disponíamos de unas horas en esa capital norteña y queríamos aprovecharlas bien.

 -Puede comenzar sus visitas por lo de Cachilo Diaz -nos dijeron. 

-¿Dónde vive? En Santiago, todo queda "ahicito nomás". También lo de Cachilo Díaz.

En efecto. Dimos vuelta a la esquina y ahí, a media cuadra, abría sus brazos acogedoramente la fachada de un viejo chalet provinciano pintado de blanco, con añosos árboles y plantas de jardín. Golpeamos las manos y salió a recibirnos una señora, que luego supimos era la esposa del músico. Sin saber quiénes éramos; sólo el expresado deseo de cambia: unas palabras con el dueño de casa, bastó para que nos hiciera pasar al vestíbulo. Allí, en un hall transformado en estudio, un pequeño de unos nueve años deletreaba las notas de una partitura y tocaba en la guitarra, demasiado grande para él. El maestro nos saludó sin demostrar extrañeza ante nuestros rostros forasteros, pero su rostro se mostró muy expresivo cuando le dijimos nuestros nombres y el de la revista. De repente se acortó la lección del pequeño y quedamos solos. Desde las paredes, nos contemplaban partituras, fotos, pergaminos y mil recuerdos más de la carrera de los Hermanos Díaz. Porque eran dos: Julián Antonio y Benicio.

Estamos ante Julián; 61 años cumplidos el 24 de marzo de este año. Enseguida quiere saber de Buenos Aires. Su único contacto con la capital es la radio. "En ella escucho a los solistas-dice-. Quisiera ir a las peñas de Buenos Aires y ver a toda la gente famosa y que ama el folklore".

Julián Diaz, natural del pueblo de Salavina, inmortalizado en varias composiciones musicales, se radicó en Santiago en 1916, para estudiar violín. Había nacido en un hogar de músicos; su abuela tocaba el arpa y la otra abuela la guitarra. Tuvo que abandonar el estudio de violín porque el profesor se mudó de provincia, pero no se resignó a dejar la música. Entonces se compró una armónica y comenzó a sacar en ella, de oído, aires tradicionales. No terminaron allí los inconvenientes musicales. A raíz de una operación de paperas, le prohibieron tocar la armónica, y lo enviaron al campo a recuperarse. Pero tampoco eso fue bastante para amilanarle y se las ingenió entonces para que un peón del campo donde pasaba esas forzosas vacaciones le enseñara tres tonos en la guitarra.

 Cuando regresó a la ciudad, ya la guitarra era su pasión. Algunos pensionistas en su casa tocaban ese instrumento y pudieron ayudarlo a buscar nuevos tonos. Después, se empleó en el Gabinete Dactiloscópico de la Policía y el destino quiso que su jefe, don Manuel Zamora, también tocara la guitarra. Ese fue el lazo más efectivo para iniciar una larga amistad. Y ambos comenzaron un estudio de guitarra por cifra, con gran dedicación y entusiasmo.

Por ese entonces, su hermano Benicio tocaba mandolín y bandoneón. ¿Qué mejor, entonces, que formar un dúo? De entonces, Julián Diaz recuerda con una sonrisa melancólica cómo cada vez que actuaba en público encontraba su guitarra totalmente desafinada, producto de una broma pesada de su hermano.

El dúo de los Hermanos Diaz se inició con un mes en "Achalay Huasi", la peña de moda de ese entonces. Allí se convirtieron en éxitos sus composiciones "La finadita", "La amorosa", bautizada así por Estela Peña, "El pintao", "La vieja", recogida al arpista Gervasio Contreras. "Andando" (vidala), "La olvidada" (Nunca te olvidaremos) y muchas más que casi se folklorizaron de tan populares.

No olvidaron nunca el éxito que tuvieron al lado de Adolfo Abalos en el Palacio Municipal de La Plata, antes de regresar a su provincia.

Julián creó así más de sesenta obras, que se las "pasaba" silbando a su hermano Benicio. Cada nueva obra era es- trenada en una "cacharpaya" por Benicio y allí se la bautizaba. Así pasó con "El pintao", que fue llamado así por Rodolfo Paz, inspirado en un gato manchado.

Una vez llegó a Santiago, en una de sus giras, Atahualpa Yupanqui, y Julián Diaz lo buscó y lo llevó a su casa. De esto hacen ya 35 años de profunda amistad.

La amistad es para Cachilo Díaz un valle donde se refugian todas las personas que lo reconocen. Y también los que no lo conocen pero lo presienten desde el umbral del canto. Hasta los jóvenes, los que quieren beber de la fuente, acuden a su lado desde todos los rincones de nuestra tierra cantora. Hace unos días, fueron Los Peregrinos que llevaron a su lecho de enfermo su acento sureño en canciones de amistad. y consuelo. Los jóvenes Peregrinos cantaron por y para Cachilo Diaz al pie del sol santiagueño, en un simbólico abrazo: de la tradición y su futuro.

La belleza de las melodías, el encanto del ritmo netamente tradicional conquistaron siempre a los oyentes, que aplaudieron fervorosamente sua obras, y también a otros compositores, que desearon hacer su aporte espiritual a ellas. De esta manera fue que Oscar Valles y Atahualpa Yupanqui le solicitaron autorización para poner palabras a su música, y actualmente han salido ya algunas de ellas.

Fallecido su hermano Benicio, se retrae en su refugio provinciano.

Hace pocos años, un espasmo cerebral le dejó como saldo una leve parálisis del brazo y le aconsejaron dedicarse a la enseñanza de la guitarra, como sistema práctico de reeducación del miembro afectado. Desde entonces, su casa está siempre frecuentada por sus alumnos de todas las edades.

Jubilado de su cargo como empleado de los Tribunales, sus alumnos le ayudan a vivir sus horas de música en alegre compañía. Puede dedicar sus horas de paz a la composición. y al estudio de un instrumento que es siempre un misterio.

Conversando con Julián Díaz, casi se nos pasó la hora del almuerzo. Sin embargo, no quisiáramos despedirnos, envueltos como estamos en su mundo de recuerdos, todos gratos. La tarde santiagueña cae a plomo sobre nuestras cabezas que repiten la melodía de "El pintao", mientras caminamos hasta el hotel, que "queda ahicito nomás..."

Alma Garela

Publicada originalmente en Revista Folklore Nº 74 (27/9/1966)

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